La arquitectura como materia del proyecto

11-IX-2007

Preliminar

El documento base que establece los Criterios para la docencia de Proyectos en la Escuela de Arquitectura de Barcelona señala la construcción y el lugar como conceptos fundamentales de los cursos de Proyectos III - IV.

Entendemos la construcción –ordenar y enlazar– en su doble acepción: material y formal, es decir, como técnica orientada a garantizar la consistencia física de la obra y la consistencia visual – es decir, formal – de la misma. Se trata, en definitiva, de ejercitarse en los criterios que convierten la técnica del proyecto en una actividad formadora, de modo que el resultado trascienda la mera solidez y la estricta funcionalidad.

El otro concepto clave – el lugar – no es menos fundamental para la arquitectura: de ningún modo reducible al contexto – como señala acertadamente el documento –, incorpora los estratos de la memoria personal y de la historia colectiva, pero no puede sustraerse a la dimensión formal que adquiere en el momento del proyecto, como consecuencia de las sucesivas acciones del hombre sobre la faz de la Tierra. El lugar es el ámbito en el que se ha de dar necesariamente la conformación del espacio, objetivo esencial del proyecto; el marco de las relaciones que vincularán el edificio con el territorio o la ciudad: en realidad, el lugar quedará afectado por el proyecto implícita y explícitamente.

No hay que insistir, pues, en que, explorados en el curso de introducción los valores y criterios de la habitabilidad, en general, en el segundo curso de carrera se han de sentar las bases de la práctica del proyecto que en los cursos sucesivos se aplicarán a dominios tipológicos concretos: no cabe duda de que en este curso se intensifica la dimensión de aprendizaje, propia de los estudios de arquitectura.

Parece fuera de duda que la arquitectura se aprende de la propia arquitectura: de manera análoga a como la música o la literatura se aprenden de sus propios acervos históricos, tanto los valores como las técnicas, de proyecto y construcción, se aprenden de los edificios que los acreditan. Unos valores y unas técnicas cuyo reconocimiento pasa por la educación de la mirada, es decir, por la adquisición de criterios de visión capaces de propiciar la intelección visual: forma de conocimiento que trasciende el uso de la razón, lo que de ningún modo implica que la niegue ni se le oponga.

Con el título La arquitectura como material de proyecto proponemos un programa que se basa en proyectar a partir de edificios ejemplares, los cuales no tan sólo sirven de pauta o criterio, sino que constituyen además el objeto mismo de la actividad formadora; son material de proyecto en el doble sentido del término: criterios de acción y ámbito en el que esta se produce. El edificio del que se parte no se considera, por tanto, un simple conjunto de soluciones sino un ente con identidad propia, capaz de satisfacer una serie de circunstancias análogas a las del ejercicio. De ese modo, a la conveniencia de actuar con criterios universales, que eviten la indecisión, se une la ventaja de tener en el objeto de proyecto la propia referencia sistemática para la acción.

Proyectar con el edificio como material y ámbito, a la vez, de las decisiones propicia que, en realidad, el ejemplo acabe dando lugar a un edificio diferente y evita que el alumno incurra en la mera imitación, práctica a la que se vería abocado, en otro caso, dada su inexperiencia tanto en el proyecto como en el reconocimiento de los valores y criterios que lo habrían de sustentar.

  

Antecedentes

El antecedente primero de la situación actual son los trabajos propuestos por Rafael Moneo, en los primeros años setenta, cuando se hizo cargo de la cátedra de Elementos de Composición de la ETSAB. En ellos, se trataba de imaginar supuestos y programas sencillos – pero variados – a los que el alumno había de responder en un corto plazo, como si se tratase de un profesional curtido: la reducción de variables en juego pretendía facilitar el hábito de concebir, pero, tras unos años, comprobamos que esa circunstancia –concebir, sin disponer de material para hacerlo– aumentaba el problema.

Para resolverlo propusimos unos ejercicios que permitieran obviar algunos trámites del proceso de proyecto, de modo que el alumno se enfrentase directamente con lo concreto arquitectónico. Así, procuramos evitar las elucubraciones conceptuales con que, a menudo, el alumno consigue diferir el juicio y retrasar la toma de decisiones que determinan la forma. Para ello, intentamos referir el proyecto a unas situaciones constructivas concretas, planteando los ejercicios como la fase de conclusión de un proyecto que cuenta con determinados elementos ya definidos; todo ello referido a unos edificios pequeños que atienden a un programa sencillo y convencional. Se trataba, en definitiva, de obviar todo aquello que retrasase el encuentro del alumno con la arquitectura, entendida en el sentido más estricto, y despojada de todos los trámites previos.

Consideramos un objetivo básico del programa que cada ejercicio se apoyase en un sistema constructivo convencional, de modo que la relación entre construcción y orden espacial resultase patente. Tal encuentro pretendía provocar necesariamente una sutil –pero definitiva– tensión entre la realidad material y la realidad visual del edificio.

Con ello pretendíamos, por una parte, obviar las fases de “concepción” y, por otra parte, que la técnica adquiriese el cometido de estímulo para el proyecto y así dejase de considerarse sólo como una rémora inevitable del proceso de conformación del objeto.

Tanto la argumentación y la descripción de la propuesta, como la definición del marco estético y teórico en el que se inscribe, pueden consultarse en Helio Piñón Curso básico de proyectos (Barcelona, Edicions UPC, 1998).

El propósito de reconducir el proyecto a sus aspectos más técnicos –disciplinares– implicaba prescindir del entorno para acentuar la condición de ejercicio abstracto, apoyado en valores universales, considerando que la ampliación del ámbito de las condiciones podía arruinar el intento de enfrentar desde el principio al estudiante con el proyecto, en su dimensión más regulada.

Este énfasis en el fundamento constructivo de cada ejercicio constituye, a nuestro juicio, lo más positivo del planteamiento que ha estado vigente los últimos diez años.

Pero por voluntad expresa del Departamento de Proyectos de la ETSAB, que no consideraba oportuno dudar de la “importancia del efecto del entorno en las obras de arquitectura”, decidimos disponer algunos ejercicios en lugares concretos, aún a sabiendas de que con ello el planteamiento se iba a resentir necesariamente.

  

Proyectar con un modelo

El programa actual trata de reforzar la dimensión técnica, aunque ya no por la vía de reducir la actividad del alumno a la conclusión de un proyecto ya enfocado, sino proponiendo un edificio como referencia –o modelo, según las dotes de cada cual– para abordar el programa, en el lugar que se indica en cada caso.

La noción de “material de arquitectura” –como materia prima sobre la que actúa la concepción y acción ordenadora de quien proyecta– planea sobre la propuesta: en efecto, el programa se basa en la convicción de que la arquitectura se aprende de la propia arquitectura, no del mero ejercicio gráfico de la libertad, entendida como manifestación inmediata del estado de ánimo.

Es, precisamente, el haber comprobado la dificultad que encuentra el alumno que se inicia para identificar ese material, constituido tanto por elementos concretos como por criterios, lo que nos hizo revisar el modo de actuar sobre el que se basó el programa para el curso 2005–2006.

La duración de cada ejercicio –4 o 5 semanas– y, dentro de ella, el tiempo destinado a reconocer la arquitectura de referencia – o 2 semanas–, y la inmadurez de un alumno de segundo curso de carrera, han sido las causas probables de que la incidencia de lo esencial de la arquitectura del modelo en el proyecto fuese, casi siempre, más bien escasa. En realidad, si un alumno fuera capaz de reconocer los aspectos universales de un edificio –aquellos que trascienden su sentido en la situación originaria y, por tanto, que son capaces de reverberar en otro edificio distinto–, ya habría conseguido una de las habilidades esenciales del arquitecto, lo que –se mire como se mire– dista mucho de ser una situación habitual, tanto en los inicios, como al final de la carrera.

No cabe duda de que el error de nuestro planteamiento fue presuponer que el alumno tiene capacidad de reconocimiento de la forma, cuando, en realidad, es parte fundamental de lo que se trata de adquirir, no tan solo durante los estudios de arquitectura, sino a lo largo de su vida profesional.

  

Proyectar con arquitectura

No argumentaremos las ventajas de centrar el proyecto del alumno en una actuación directa sobre una obra de arquitectura ejemplar –que consideramos expuestas con suficiente detenimiento en Helio Piñón El proyecto como (re)construcción (Barcelona: Edicions UPC, 2005)–, sino que insistiremos en la diferencia esencial que existe entre proyectar con un modelo y proyectar con arquitectura como material, es decir, entre actuar con el edificio como marco de referencia operativo y actuar con la arquitectura –sea en el edificio o fuera de el– como material y ámbito, a la vez, del propio proyecto.

La mayor dificultad para actuar con un edificio como referencia, cuya arquitectura habría que “aplicar” al programa que se propone, es reconocer –como se ha visto–, de entre los valores del “modelo”, aquellos que serán capaces de sobrevivir en otro cuerpo arquitectónico; en otras palabras, el problema esencial es reconocer los criterios formales –relativos a la configuración, no a la apariencia– del edificio de referencia que son capaces de regir el orden de otro edificio, dotados de identidad autónoma respecto de aquél. La experiencia demuestra que la acción a partir de un modelo propicia la imitación, lo que representa una perversión esencial de la práctica del proyecto: se tiende a tomar la referencia como catálogo de soluciones, ya hace falta madurez para entenderla como un universo de criterios.

La propuesta actual no trata sólo de tomar una arquitectura como referencia o estímulo, sino de asumirla como objeto mismo de la acción, de modo que –sea cualquiera el ámbito en el que se actúe– constituya, a la vez, la materia prima, el criterio de proyecto y la referencia estética de la intervención.

Materia prima, puesto que el edificio dado proporciona, por una parte, la sustancia –los elementos concretos– sobre la que actuará la competencia ordenadora del alumno y, por otra, los principios de orden que rigen la arquitectura del ejemplo, es decir, proporciona los elementos y las relaciones que habrá que reconocer –y, en su caso, modificar–, tanto en su configuración como en su sentido.

Criterio, porque, en todos los casos, los proyectos constituyen la concreción material de criterios de forma capaces de ordenar las condiciones y los requisitos del programa, confiriendo una consistencia a la configuración que trascienda la pura racionalidad de la propuesta.

Referencia, por cuanto las arquitecturas sobre las que se plantea actuar responden a un marco estético de la concepción del edificio, a la vez que ponen de manifiesto sus rasgos esenciales, lo que constituye una referencia fundamental para las decisiones de proyecto a que conducirá la propuesta del alumno.

Materia, criterio y referencia establecen, en fin, un nivel de calidad que necesariamente ha de contribuir a educar la mirada de quienes estamos implicados en el proyecto docente –alumnos y profesores– y, en consecuencia, a asumir las responsabilidades mutuas.

No se pretende, pues, disponer de una mera orientación que discipline el deseo –destino irremediable al que aboca la concepción, si no se dispone de medios ni criterios para afrontarla–, sino atemperar la simple pretensión innovadora con el empeño responsable de reconocer los valores de la forma y desvelar los sistemas de relaciones que la construyen. Actuar con un universo ordenado como material de proyecto, facilita el reconocimiento de los valores estéticos y de los criterios de orden en que se basa su consistencia formal: es decir, ayuda a reconocer la arquitectura mediante la experiencia directa, sin la mediación necesariamente reductiva de la razón.

Mientras el alumno tiende a reducir la identidad del modelo a los rasgos que determinan su apariencia, las condiciones mismas del trabajo desde el interior del objeto –sin que medie un trasvase– obligan a trascender la mera apariencia, lo que contribuye a captar la identidad del objeto. Una identidad que se entiende como calidad, es decir, como conjunto de cualidades –atributos, características– que definen la obra en la que se pretende intervenir. Mientras la apariencia está determinada por el conjunto de rasgos observables – o que favorece una mirada banal y distraída–, la identidad depende de la naturaleza de las relaciones internas de la obra –lo que refuerza la mirada intensa y constructiva.

Proyectar con el edificio tomado como material comporta reconocer en su arquitectura la autoridad a que debe someterse la toma de decisiones: el profesor, liberado finalmente de una responsabilidad que le sobrepasa, puede recuperar su cometido orientador; asumir su condición de mediador entre la arquitectura y el alumno; en definitiva, aprovechar su experiencia en el mirar y, por tanto, en el reconocer y reconstruir, de modo que aporte a la enseñanza lo propio de su cometido.

El proyectar con arquitectura, en fin, no se debe confundir con la congelación artificial de las circunstancias del edificio sobre el que se actúa: es decir, aunque este se situé en un lugar claramente distinto del original, ni aunque se proponga un programa diferente, ni aunque se le reduzca –o aumente– el número de plantas, no se deja de proyectar con la arquitectura que el ejercicio propone. Se sigue proyectando en el edificio propuesto siempre que se parta de él, tanto como artefacto físico, cuanto como conjunto de valores capaces de trascender la situación originaria. Se sigue proyectando con arquitectura –en fin–, aunque se sustituya el cerramiento por un sistema diferente del original, por cuanto, la alternativa pone en relieve las distintas soluciones que el autor desechó, al decidir la que propuso como definitiva.

 

Universal/particular

Al hilo de esta reflexión, quiero referirme –aunque sea esquemáticamente– a las relaciones entre lo universal y lo particular, como dimensiones complementarias de una obra de arquitectura y del arte en general: en efecto, si hubiera que describir el cometido del arquitecto con la práctica de una sola habilidad, podría definirse como la capacidad para revelar la dimensión universal de un proyecto que, en cambio, se ajusta a determinadas condiciones –necesariamente particulares– de índole constructiva, funcional, geográfica y cultural. De manera análoga, podría definirse lo que distingue a un artista plástico como la capacidad para revelar ciertos atributos del árbol en general, cuando trata de representar ese árbol concreto, sin dejar por ello de atender a sus cualidades particulares.

El quehacer del arquitecto tiene que ver más con dotar al edificio de una identidad trascendente –que se apoya en criterios universales de forma– que con acentuar los aspectos particulares que lo vinculan con el medio en que ha surgido. El mero cumplimiento de las ordenanzas, la sola satisfacción de los requisitos funcionales, la asunción del presupuesto –incluso en el peor edificio– garantizan una atención a lo particular que debería colmar las ansias de los más obcecados por la peculiaridad; en la mayoría de los casos, los edificios no logran, en cambio, ir más allá de la circunstancia, de modo que, al renunciar a cualquier tensión con lo genérico, se excluyen definitivamente del territorio de lo arquitectónico.

 

Sistema constructivo y estilo

Proyectar con arquitectura favorece –como se ha visto– la identificación del sistema constructivo responsable de su identidad como artefacto ordenado. La propia noción de construcción, referida a la organización del edificio, adquiere en arquitectura una doble vertiente: material y formal. De la tensión entre las lógicas que controlan tales sistemas deriva la dimensión artística de la arquitectura: en efecto, en tanto que representación de la construcción, la arquitectura no puede limitarse a manifestarla o exhibirla, sin más, como se ha defendido, en ocasiones. El problema del arte “es de verdad, no de sinceridad”, señaló Konrad Fiedler hace más de un siglo, tratando de aclarar que es la coherencia formal interna, y no la adecuación a ningún precepto exterior, lo que caracteriza la obra de arte auténtica.

La gran arquitectura moderna –el Estilo Internacional– se basó precisamente en la explotación lúcida de un sistema en el que construcción y forma son facetas de una misma realidad, de modo análogo a como ocurría con los órdenes clásicos. El desconocimiento de ese extremo provocó el equívoco que llevó a condenar el Estilo Internacional, apoyándose en su presunta indiferencia a las condiciones en que surgían sus edificios, es decir, confundiendo su clara apuesta por los valores universales de la forma con su incompetencia como sistema para atender lo específico de cada caso.

La asunción del sistema constructivo –insisto: material y formal– de un edificio, actuando en su propia arquitectura, evita –como se ha visto– la tentación de confundirlo con su representación, es decir, con el estilo que le da apariencia. Lo contrario da lugar a una patología muy difundida durante las últimas décadas, basada en la consideración instrumental del estilo, es decir, en suponer que el estilo es una disciplina arbitraria –ajena al sistema constructivo del edificio– cuya sola observancia es capaz de garantizar la calidad de una obra de arquitectura.

No; el estilo –claramente irreducible al “lenguaje”, sea este lo que sea– no puede considerarse un precepto arbitrario que no atiende más que a las vicisitudes del gusto. Por el contrario, debe entenderse como el modo peculiar –personal, en el origen– en que un edificio asume la sistematicidad material y formal que lo ha de convertir realmente en una obra de arquitectura.

De todos modos, para trascender la apariencia y acceder a la forma –en otras palabras, para superar la combinatoria del lenguaje y reconocer las relaciones que constituyen el sistema–, hay que disponer de una mirada cultivada, que no se detenga en el aspecto frontal de las cosas, sino que se oriente a la manifestación sensitiva de la configuración interna de las mismas, es decir, que se proponga reconocer sus atributos formales. Proyectar con arquitectura facilita la captación del sistema de relaciones que vertebran su constitución y propicia el cultivo de la mirada: facultad esencial, tanto en el momento de la experiencia como en el de la concepción de la arquitectura.

 

Sistema constructivo y detalle

La construcción ha sido –y es, en la actualidad– el concepto esencial de la arquitectura: no hay que insistir, pues, en que la sistematicidad constructiva –de la materia y de la forma– es el atributo del proyecto que determina la identidad del objeto y, con ella, su calidad de obra de arte.

Pues bien, el detalle constituye el elemento más intenso del sistema: el episodio en el que se materializa la relación entre los elementos. El conjunto de relaciones que disciplinan la configuración y que trascienden la lógica del edificio, por cuanto se apoyan en unos valores universales, adquieren consistencia física y evidencia visual precisamente en el detalle. Es por ello que no puede reducirse a la solución técnica de un problema constructivo singular sino que, en el detalle está la huella del orden que propicia el propio sistema. El detalle facilita, y a la vez culmina, la concepción del proyecto, al proporcionarle concreción física y, por tanto, precisión visual.

El detalle define el contacto entre materiales, pero también entre unidades arquitectónicas de ámbito superior, por lo que no puede reducirse a la aplicación de un mero concepto: es decisivo para la visualidad del edificio. El detalle condensa el proyecto y, a la vez, ofrece las pautas de su eventual ampliación: es, a un tiempo, condensación y germen de la arquitectura; por eso a menudo se le relaciona con Dios.

 

Representación, reconocimiento y reconstrucción

Proyectar con arquitectura obliga a reconocer el conjunto de elementos y de relaciones que se establecen entre ellos, es decir, el sistema a través del cual estos inciden en la configuración de la obra. Pero la representación es precisamente la vía por la que se alcanza dicho reconocimiento, de modo que ha de trascender la condición de mera imitación gráfica del ejemplo, para asumir una dimensión de auténtica intelección visual. Es obvia la incidencia del modo de representación en la naturaleza de lo representado. No hay reglas, a este respecto, si bien quiero señalar que, generalmente, cuanto mayor es el énfasis en la expresión personal, menor es el grado de descripción de la arquitectura, por lo que disminuye notablemente la posibilidad de reconocimiento, es decir, de juicio sobre el que se apoya la toma de decisiones.

La proximidad de los sistemas constructivos que convergen en la obra de arquitectura –el material y el visual– está en la base del vínculo esencial entre la representación y el reconocimiento: a lo largo de toda la historia de la pintura, se ha recurrido a la copia de cuadros considerados ejemplares para conocer, desde la propia actividad de pintar, el sistema de convenciones y técnicas con que se elaboraron. De modo análogo –es decir, reconstruyéndola, mediante el reconocimiento a través de la representación–, se ha estudiado la arquitectura a lo largo de la historia.

De lo anterior no se desprende en absoluto que la mera representación –entendida como simple imitación del ejemplo– comporte reconocimiento: la representación es un modo privilegiado de acceder a lo esencial del edificio sobre el que se trabaja –es decir, al sistema que rige su organización–, por cuanto obliga a que el reconocimiento se produzca sin la mediación de conceptos, elementos de acceso tan fácil como perverso, es decir, identificando rasgos fenoménicos cuyo acceso se lleva a cabo necesariamente a través de la visión.

Del mismo modo que la fotografía es un instrumento privilegiado para reconocer la arquitectura construida, en cuanto permite registrar relaciones visuales entre los elementos de una realidad material, la representación gráfica –cualquiera que sea la técnica utilizada– de la arquitectura es fundamental para acceder al sistema responsable de la vertebración del proyecto.

La reconstrucción es, pues, el objetivo último del modo de proceder que proponemos: si se aborda la representación de una arquitectura como un ejercicio de volver a acoplar –montar, ensamblar– los elementos que la constituyen, previo reconocimiento de tales elementos y de las leyes que los rigen. Así, el sujeto del trabajo puede llegar a asumir tanto los materiales como los criterios formales, es decir, la autoría plena de la adecuación a unas nuevas condiciones que plantea el proyecto.

  

Tiempo, espacio y ejemplo

Los tres modos de asunción del ejemplo corresponden a tres niveles de conciencia del mismo. La representación, entendida como una mera reproducción basada en la mimesis, supone el nivel mínimo de conciencia de los valores arquitectónicos de la referencia; el reconocimiento se apoya en la capacidad de juicio del sujeto para identificar y valorar los atributos del ejemplo; la reconstrucción –en fin– supone el reconocimiento previo de los valores y la habilidad para articularlos de nuevo en un sistema formal consistente: es decir, es una actividad formadora, análoga al proyecto propiamente dicho, si bien cuenta con materiales que le ofrece el edificio de referencia.

La descripción técnica de estos modos –estadios– de aproximación al ejemplo no ha de desvanecer la importancia de la asunción de las condiciones en que se da el acercamiento: en efecto, el tiempo desde el que se revisa la obra y el lugar donde se emplaza, una vez reconsiderada, son condiciones que necesariamente han de incidir de manera decisiva en la reconstrucción de la arquitectura. No hay detención del tiempo ni descuido del espacio, cuando se reconoce una arquitectura del pasado.

La mirada –si constituye realmente una perspectiva, no un mero prejuicio visual– debe incorporar esas dimensiones del objeto como condiciones de la reconstrucción. En realidad, el proyecto es un proceso que tiene más de ajuste fino que de mera invención: en contra de lo que se suele creer, el proyecto de arquitectura no es un ejercicio de fantasía, orientado a materializar entelequias, sino que es un proceso que, a través de una articulación peculiar de juicios, trata de acortar la distancia entre la experiencia del sujeto y las condiciones del edificio.

No hay que infravalorar, pues, la importancia de las condiciones de la experiencia en la aprehensión de la arquitectura: el objeto de referencia –el ejemplo– proporciona el material, los criterios y la referencia –como se ha visto–, pero el sujeto debe aportar las categorías intelectuales y visuales de la experiencia; si no, no hay reconocimiento, sino mera rutina.

Así pues, el tiempo y el espacio desde los que se propone la reconstrucción son determinantes para la autenticidad del proceso y ofrecen las condiciones para que el resultado sea genuino, es decir, un proyecto en el sentido intenso del término, dotado de intención y propósito.

  

Conclusión

La propuesta de aprendizaje que proponemos ahora, trata corregir cualquier incitación al activismo inconsciente, talante que acaba confundiendo la diligencia con la lucidez, la laboriosidad con la competencia.

En ese contexto, proyectar con arquitectura puede colmar –en fin– las expectativas de los alumnos con respecto a los intereses profesionales más variados. A quien se sienta llamado por la convivencia –siquiera fugaz– con la gran arquitectura le ofrecerá un marco de referencia que indudablemente le ayudará en su quehacer. Quien sólo busque en el proyecto recursos operativos para su trabajo profesional, los encontrará, sin duda, en las obras en que “habitará” por unas semanas. Quien se interese, además, por criterios de forma capaces de ordenar episodios espaciales distintos de aquellos sobre los que se trabaja, no verá defraudado su interés: uno de los propósitos irrenunciables de este curso es desvelar la dialéctica entre lo específico y lo genérico. La arquitectura auténtica responde en función de lo que se le pide: quien sólo busque recursos o soluciones de aplicación inmediata, los encontrará, pero, quien trate de identificar criterios de más calado, para abordar la concepción con criterios artísticos, verá satisfecha su expectativa.

 

11-IX-2007

 

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