Ciudad discontínua, pero ordenada

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2018

Hace años que en algunos países de Latinoamérica observo cierta nostalgia –aunque solo sea en los medios académicos críticos- de la “ciudad contigua” de ascendencia europea, cuyas reglas se basan en la contigüidad de unos edificios de la misma altura, que respetan la línea de fachada. Invocan la continuidad como alternativa a la “ciudad liberal”, típicamente americana, que acaba resolviéndose en una aleatoriedad radical, sin orden ni concierto, donde cada edificio tiene la altura y ocupa el solar según decisión prácticamente libre del promotor.

Se diría que abandonan la posibilidad de compaginar su tradición urbana de ciudad discontinua, con la propuesta de una ciudad azarosa, pero regulada.

Los edificios basados en “torre y plataforma” –por usar el término de Edison Henao en su interesante tesis sobre ese tipo de edificios en Colombia- deben seguramente su fortuna en Bogotá a su facilidad de inserción en medios urbanos cuyas edificaciones eran de dos plantas, según una retícula de origen colonial. En efecto, el cuerpo bajo –“la plataforma”- da continuidad a la edificación existente y el alto –“la torre” o la pantalla- se yergue sobre ese zócalo de dos plantas, con identidad propia: la planta de transición contribuye a reconocer la identidad del cuerpo alto y visualmente autónomo.

Estos edificios suelen estar en solares de esquina, por razones obvias, tanto por la naturaleza de las instituciones que albergan, como por fidelidad al arquetipo en el que mayoría debieron beber: la Lever House (1952), de SOM.

Cuando visité la Paz, en 2006, con motivo de un curso intensivo de Proyectos en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Mayor de San Andrés, aprecié de un modo especial un edificio de la Avenida 16 de julio, que, como la mayoría de sus vecinos, a partir de la tercera planta se retira de las medianeras para abrir huecos laterales y vuela algo más de un metro hacia la calle. El encuentro retrasado entre los dos volúmenes aumenta la claridad de la superposición.

Se trata de una operación similar a la de la Lever House, pero adaptada a una escala más modesta y, por tanto, más habitual. El Edificio Petrolero (1965-66) resulto ser proyecto de Luis Villanueva (1908-79), un arquitecto notable de La Paz, formado en Santiago de Chile.

Lo que me interesó del edificio que comento es que no se mostraba como un inmueble más, que cambia su anchura con la altura, sino que se compone de dos cuerpos claramente diferenciados: un cuerpo bajo, de dos plantas, según toda la anchura del solar, y un cuerpo alto, situado literalmente “sobre” el anterior, que se muestra como un edificio exento, gracias a la separación de sus caras laterales del plano de la medianera. El voladizo sobre la calle y la atención prestada al encuentro, me hizo ver en “la solución” un “criterio” de validez universal.

En efecto, al universalizar el planteamiento, se consigue que la “aleatoriedad fortuita” de la ciudad real se convierta en una “aleatoriedad regulada y precisa”, capaz de hacer compatible el talante liberal de la ciudad americana con la precisión regulada que ahora desde ciertos ámbitos académicos –como decía- se parece añorar.

Las imágenes tratan de mostrar diversos episodios de una ciudad liberal, pero ordenada, sin necesidad de recurrir a un patrón del siglo XIX, al que la nostalgia de su memoria no consigue disipar el anacronismo de su recuperación actual.

 

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