"Crescents" en el prado

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2018

El llamado “brutalismo” puso en circulación algunas intervenciones urbanas que, por su situación, parecían escenificar cierta añoranza de la campiña, por la naturaleza de sus espacios exteriores. Acaso el Robin Hood Gardens (1969-72), de Alison & Peter Smithson, sea el ejemplo más ilustre de los conjuntos que comento.

El choque entre el naturalismo organicista del planteamiento y la afectación técnica de la construcción, tiene un algo de atractivo, quizás por su perversión congénita. Siempre me ha parecido tan demagógico el querer recrear “un trocito de naturaleza” con la tierra de los cimientos, como atribuir la imposible naturalidad de la construcción a la exhibición impúdica de las cicatrices del desencofrado.

En todo caso, la memoria de ese fenómeno estuvo en el origen de mis ‘Crescents’ en el prado. En mi caso, la naturaleza ya estaba allí y los montículos de la tierra extraída de los cimientos solo contribuyen a acentuar algunos de sus valores; los elementos de hormigón de gran porte son asumidos por el conjunto sin un ápice de exhibicionismo. Se deben solo al objetivo de aumentar la distancia entre pilares, con el propósito de minimizar el contacto de la construcción con el prado, de modo que lo natural y lo artificial convivan de modo respetuoso, pero amable, sin sospechas, aunque sin intromisiones mutuas.

El trazado de los ‘crescents’ es tan artificial y sistemático como el del resto de proyectos de este acervo: no es indiferente –claro!- a la morfología del terreno, pero en ningún modo está determinado por ella.

Nó, ni “brutalismo”, ni organicismo, por mucho que algún precipitado quiera ver en este proyecto una inflexión en mis convicciones.

 

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